Cuando damos tenemos que sentir desde dónde lo hacemos. La respuesta ha de ser siempre: “desde el corazón”, si no, no vale. La mayor parte de las veces damos para que nos devuelvan. Hay que ser muy sincero con uno mismo para reconocerlo.
Cuando fuimos pequeños nos enseñaron transacciones, nos daban caricias positivas a cambio de algo: “si me das un beso, te quiero”; si estás callado, te premio; si no lloras, me agradas; si no te enfadas, eres bueno; y así un largo etc. Poco a poco íbamos entregando la libertad de sentir y ser auténticos a cambio de que nos quisieran más. Nos olvidamos qué es dar desde el corazón.
Ya de adultos, el intercambio se convierte en lo cotidiano. Damos desde la culpa, el miedo, la necesidad, el control… Y eso, claro, llega al otro. En esa transacción ponemos el foco fuera para que alguien nos devuelva algo que creemos que no tenemos: generalmente autoestima y/o reconocimiento, en definitiva: amor. Pero sí lo tenemos, sólo que no sabemos darnos ese amor a nosotros mismos, hemos olvidado cómo.
Ámate, acéptate
No hay un verdadero dar si tú no te das a ti primero, si no eres amoroso contigo, comprensivo y empático, si no atiendes tus necesidades y, sobre todo, si no ves a tu niño/a interior. Ese que has olvidado y que no te gusta ver porque crees que te vuelve vulnerable y te recuerda tu dolor.
Tratamos a nuestro niño/a igual que nos trataron en nuestra infancia. Es lo que hemos aprendido, el ser humano todo lo aprende. Con el tiempo nos convertimos en nuestros peores jueces y nos exigimos en exceso. Muchas veces pregunto a alguien en mi consulta ¿cuál es tu queja hacia tus padres? La respuesta puede ser: “no me vieron” o “no me sentí protegido” o “no me respetaban”. Y mi respuesta es: ¿te ves tú? ¿te proteges? ¿te respetas? Normalmente, tras unos minutos de reflexión, me contestan: No.
Ese niño/niña herido es el que gobierna nuestras relaciones, es desde ahí que establecemos el intercambio enfermizo, haciendo lo que creemos que agradará a los demás para que nos devuelvan lo que necesitamos.
Dar desde el corazón es dar desde el adulto
Esa demanda es la que está detrás de nuestra forma de dar. Damos para que nos cubran vacíos emocionales que no nos cubrieron y siguen sin cubrir. En realidad, nadie puede hacerlo. Nuestros padres nos dieron todo lo que pudieron y supieron. Eran personas normales con sus propias carencias y destinos y necesariamente quedaron parcelas sin llenar.
Ahora, ya desde tu adulto, pregúntate qué necesitas, dedica tiempo a estar contigo, siente tu cuerpo, tus emociones, indaga dentro de ti tus necesidades profundas, sana tus heridas. Date lo que no te dieron. Mímate, que tu cuerpo y tu alma sean tu templo. Has llegado hasta aquí gracias a la vida y los cuidados que recibiste, da las gracias, el agradecimiento abre el corazón y ensancha el alma. Ahora te toca aumentar ese legado, ámate como hubieses necesitado y como necesitas ahora.
Deja de sentir que te falta algo. Si vives en la carencia, es porque no reconoces todo lo que has recibido y todo lo que tienes, por tanto, vibras en la carencia y atraes carencia. Los demás te van a reflejar aquello que emites.
Sin embargo, si te sientes lleno, si sientes que tienes suficiente porque te dieron suficiente, te expandes. Ya no eres mendigo emocional y ya no tienes necesidad de hacer transacciones. Amas por el placer de amar y das por el placer de dar. Eso sí, puesto que ya te amas, te respetas y te cuidas, vas a saber poner un límite, vas a dar hasta donde puedes y cuando puedes.
Tu corazón te guiará, confía en él. Al haber sanado tus heridas y atender tus carencias le tienes revitalizado y dispuesto en todo momento, es sabio.
Mª Milagros Estanislao Quintanilla
Consteladora y Coach Personal