Las energías masculina y femenina están presentes en todos nosotros al 50%, independientemente de nuestro género e inclinación sexual. Ambas son absolutamente necesarias para desenvolvernos en nuestra vida cotidiana. De hecho, actuamos constantemente alternando una y otra. La energía femenina es creadora por naturaleza. Se asocia a la receptividad, la intuición, la pasividad en el sentido de dejar fluir con confianza, sin lucha ni control. Es la conexión y expresión de emociones y sentimientos. La valentía para transformar y generar cambio. Pero toda creación necesita de una fuerza que la impulse para su materialización. Y es aquí donde la energía masculina cumple su función. La energía masculina es sobre todo acción, acción consciente enfocada a la consecución de un fin. Busca recursos y vence los obstáculos que se presentan hasta llegar a la culminación de lo propuesto. El ejemplo más evidente de cooperación entre fuerza masculina y femenina es la creación de la propia vida: el óvulo vibra sin movimiento, estático, contiene la creación en sí, pero es sólo después de la llegada del espermatozoide cuando obtiene la fuerza necesaria para comenzar la división celular que generará un nuevo ser. Lo ideal sería funcionar con la combinación de ambas energías en perfecto equilibrio. En realidad, la mayoría de las veces funcionamos con una en detrimento de la otra. O con ambas a niveles muy bajos.  

El desequilibrio

Una buena integración de ambas energías depende en gran medida de la relación que tengamos con nuestros padres. A través de ellos recibimos estas dos energías de ambos sistemas familiares. Dependiendo del vínculo que establezcamos con cada progenitor, nos sentiremos más identificados con una o con otra, aunque no se corresponda con nuestro género o inclinación sexual. Otros aspectos a tener en cuenta son los sucesos traumáticos ocurridos en cada sistema familiar. La relación entre hombres y mujeres del sistema genera unas creencias y emociones determinas. De una forma u otra, por el instinto de pertenencia, somos fieles a lo sucedido, aunque, a veces, de una forma muy paradójica. Al configurar una constelación familiar, es bastante habitual observar cómo consciente o inconscientemente, las mujeres reniegan de su identidad femenina. No pueden mirar ni agradecer a su árbol femenino. No quieren pertenecer a él, juzgan a sus ancestras por ser sumisas, sufrir, etc. Les asusta ser como ellas. Pertenecer es ser una víctima. A los hombres les sucede lo mismo. Una vez colocados ante sus ancestros, tampoco quieren formar parte de un linaje que juzgan. Temen ser tan crueles como ellos: poco empáticos, duros, insensibles, etc. A menudo se quejan de la distancia y falta de afectividad de sus padres. Pertenecer es ser un perpetrador. Sin embargo, por el instinto de pertenencia, muchas veces repetimos estos patrones. Y ya se sabe que todo lo que se juzga o rechaza se atrae de forma ineludible.  

La polarización

Los sistemas familiares son un fiel reflejo de la lucha ancestral entre las energías masculina y femenina. La distorsión y el mal uso de ambas han generado heridas y memorias de dolor que pesan demasiado en el inconsciente colectivo. En la actualidad existe una brecha profunda en la relación entre hombres y mujeres. En numerosas ocasiones se relacionan desde la polaridad más extrema y negativa. Lejos queda la complicidad y complementariedad para las que han sido creados. Esta brecha, en realidad, es el reflejo de cómo nos relacionamos nosotros mismos con cada uno de nuestros aspectos masculino o femenino. Si tengo conflicto con mi lado masculino o femenino, eso es lo que voy a aportar a mis relaciones. Lo que aportamos al colectivo es siempre un reflejo de nosotros mismos.  

La integración

La energía femenina ha sido sometida y explotada a través de los tiempos. Esto ha hecho que en la actualidad se encuentre muy alejada de su verdadera identidad y poder -muy diferente del masculino-.  La herida que sostiene deriva en ira y confusión en numerosas ocasiones, adoptando patrones masculinos que ahondan aún más en la separación. Afortunadamente, muchas mujeres están despertando a través de un trabajo profundo de sanación. Están trascendiendo la confrontación y la separación desde la integración y el respeto. Se reconcilian con su energía femenina y sanan el dolor con la masculina, lo que les hace cada vez más conscientes de su verdadera fortaleza. Por su parte, la energía masculina, ha sido obligada a no estar en contacto con sus sentimientos, a participar en guerras y cometer todo tipo de actos violentos. Se ha alejado de su capacidad protectora, de su verdadero sentir y de poder expresarse libremente respecto a sus necesidades. En la actualidad una nueva energía masculina pide paso para poder anclarse definitivamente. Aún existen hombres que se están radicalizando en la expresión de la masculinidad más obsoleta, por miedo a perder el poder. Afortunadamente cada vez hay más hombres que no tienen miedo. Hombres más seguros, que no desean seguir repitiendo patrones que generan dolor y sufrimiento. Están más en contacto con su lado femenino y pueden mirar y ver a la mujer, colaboran más con sus parejas y participan en la crianza de sus hijos.  

Nuevas energías masculina y femenina. El futuro

Un nuevo tiempo está emergiendo, seamos valientes para poder construirlo conjuntamente. Hombres y mujeres caminando juntos, cada uno aportando sus características y sus diferencias. Eso es lo importante. Crear una visión nueva para las nuevas generaciones donde nos podamos ver como iguales, donde el apoyo y la colaboración sean una realidad. Donde nos podamos reconocer el uno en el otro sin miedo, sabiendo que simplemente somos seres humanos desempeñando una tarea común.  

Mª Milagros Estanislao Quintanilla Consteladora y Coach Personal

 

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